miércoles, febrero 10, 2010

¿Y usted que haría?

Aquí estoy de nuevo, retomando mi vena artística, cultivando mi gusto por la escritura. Reflexiono y creo que a medida que pasa el tiempo las cosas se ponen cada vez mejor, me propongo a partir de este momento nutrir frecuentemente este espacio donde la realidad se mezcla con el humor para gusto y deleite de los fieles amigos que se interesan en leerlo.

Mi última publicación fue hace un año, y desde entonces han sucedido muchas cosas, pero por perder el hábito de escribirlas oportunamente, pienso que a estas alturas ya han perdido toda su gracia, por lo tanto me referiré a un hecho verídico y reciente.

Tradicionalmente, Popayán celebra al principio de año unas festividades denominadas “Fiestas de Pubenza” llamadas así ya que la ciudad se encuentra asentada en el Valle de Pubenza en el centro oriente del departamento del Cauca.

Este año la cosa pinto muy buena, pues la programación de actividades duro casi una semana, los eventos muy bien organizados, y con afluencia generosa en todos y cada uno de ellos, gracias al benévolo clima.

  • La cabalgata estuvo bien concurrida, cerca de 1.500 binomios de varias regiones del país.
  • Las carrozas y comparsas reunieron bastantes empresas, entidades, que sacaron a mucha gente de sus casas a presenciar su desfile por las calles de la ciudad.
  • El encuentro de melómanos y coleccionistas, este año conto con la presencia de los bailarines campeones mundiales de salsa, provenientes de Cali.
  • Conciertos gratuitos con: Alci Acosta, Andy Montañez, Jorge Celedón, y la orquesta sensación del 2009 “Los hermanos medina”.
  • Los juegos pirotécnicos.
  • Y la serenata a la ciudad por su cumpleaños número 473.

Fue precisamente en esta última actividad, realizada en la arcada del puente del humilladero, donde acompañado de familiares y amigos, presencie un acto de incultura extrema pero urgentemente necesario por ser de vida o muerte.

La fría noche transcurría en medio de tragos de whisky para animar el ambiente, cuando un buen amigo mío, de un momento a otro misteriosamente se alejo de nuestra concentración y empezó a caminar de un lado para otro, con el pretexto de buscar un punto de venta de minutos de celular para hacer una llamada muy importante, cosa muy rara pues si me dice algo, con mucho gusto le presto el mío para que haga lo que tenga que hacer y no se preocupe. Seguidamente, en un tono insistente empieza a decir ¡Tengo que irme, me voy, me voy, chao ¡ Pense que algo le pasaba, y aprovechando que vivimos cerca, me decidí a acompañarlo, me despido de mi esposa, mis suegros, nuestros amigos y emprendemos rumbo. Mi apresurado amigo camina con pasos dos veces más largos que los míos, y a lo lejos su cara tenía matices de intranquilidad. Cuando por fin logro alcanzarlo en medio del tumulto, veo su mirada perdida hacia un lote baldío, oscuro frente a nuestra trayectoria, sus manos por debajo de su saco negro apretando la hebilla del cinturón, su cara bañada en un leve sudor. Desesperadamente me dice, “discúlpame pero no sé que me comí, se me soltó el estómago, estoy que no aguanto más y me toco meterme a ese potrero porque voy a reventar”. En ese momento no supe si reírme o acompañarlo en su dolor, pues el lugar que había seleccionado para depositar sus despojos mortales, se encontraba rodeado por la policía, precisamente para evitar que almas indecentes hagan lo que este joven pensaba. Fue tanto su desespero, que sin pensarlo dos veces, se acerco al policía más cercano al alambre de púas que encerraba su salvación, para pedirle permiso de ingreso a un asunto personal, y este le respondió que ni por el carajo le daba permiso.

La situación se puso dura, y la preocupación también me arropaba pues como dice el chapulín colorado, ¿Y ahora, quien podrá defendernos?, como su fiel amigo lo acompaño en las buenas y en las malas, así sea en esta cagada. Continuamos el rumbo, pensando aceleredamente por el establecimiento comercial más cercano, abierto a las 11 de la noche, y con UN BAÑO. Como era de esperarse esta convocatoria se declaro desierta, no quedando más alternativa que salir a coger un taxi, pagarle doble carrera para que vaya a lo que marca el carro hasta el norte de la ciudad, y sentarse con las piernas cruzadas, apretando todo aquello por donde pueda escaparse la más mínima gota de secreción corporal, cruzar los dedos y encomendarse a todos los santos para que la procesión interior nos deje llegar.

Ahora el afanado soy yo, arranco adelante para buscar prontamente el taxi, cuando veo uno a lo lejos y le pongo la mano para que pare, miro hacia atrás buscando mi protegido y oh sorpresa, no lo veo por ningún lado; no tuve otra alternativa que dejar pasar el vehículo y devolverme a buscar mi encarte. No paso mucho tiempo cuando unas voces a lo lejos me indicaron donde buscar, insistentemente se escuchaba “Cochino, vaya para su casa”, inmediatamente supe que allí estaba quien yo buscaba. Fue una operación magistral, pues en medio de un descuido de los policías, este vergajo logro meterse en un lugar oscuro, y en medio de la manigua dejar su carga en no más de 10 segundos, pero no contando con que un grupo nutrido de transeúntes descubrieron su accionar desde lo alto de un puente. Luego de haberse quitado un peso de encima, salió con cara de satisfacción parcial, caminando como si nada hacia donde yo estaba para coger el taxi que lo llevaría a continuar su trabajo en un lugar más privado, porque esta consignación inicial fue solo un anticipo.

Cuando llegamos a su casa, no espero que el taxi se detuviera, como un hábil ladrón abrió la puerta y su sombra se perdió en medio de las cortinas de las ventanas de su sala por donde pasó cual rayo en tempestad. A partir de este momento y por 2 días seguidos, no pude evitar reírme constantemente de todo lo sucedido, y preguntándome insistentemente, si el afectado hubiese sido yo ó alguien más, ¿Usted que haría?

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