domingo, febrero 15, 2009

Malicia indigena

Cuando cree esta página, lo hice con la firme intención de consignar continuamente en ella los sucesos curiosos y particulares que constantemente me suceden, pero hacerlo tan pronto estos ocurren para aprovechar que tengo fresco el recuerdo e inspiración para contarlo, pero la verdad es que la administración del sitio ha resultado bastante irregular, no porque no me continúen pasando chascarrillos, si no porque a medida que el tiempo transcurre me entretengo en otros asuntos que me desvían de este cometido. Recientemente he recibido algunos comentarios de cibernautas conocidos y extraños que hacen buenas críticas a mis redacciones, y he aquí una nueva fuente de inspiración para retomar la senda.

La semana pasada constaté la infinita capacidad que tiene el ser humano para crear, esta vez para generar situaciones negativas sin importarle pasar por encima de otras personas. Son situaciones que parecen sacadas de la ficción, pero que en verdad suceden, y solamente se tiene plena conciencia de ellas cuando te tocan directamente.

Acaecía el Jueves 12 de Febrero del 2009, cuando alrededor de las 11 de la mañana, timbra la extensión de mi oficina, al levantar el auricular me dice la señorita recepcionista, Ingeniero jorge una llamada de su casa, le agradezco y mientras trascurren un par de segundos para escuchar la voz de mi interlocutor casero, pienso en que pudo haber generado esta comunicación si por lo general me contactan al teléfono celular.

Escucho la voz de mi ingeniera domestica, quien bastante acelerada me dice, buenos días don jorge, desde hace rato me están llamando a decirme que doña Sara (mi esposa), ha sido detenida, es verdad? Ella se encuentra bien? Inmediatamente el acelerado paso a ser yo, mientras siento que un calor ascendente invade todo mi cuerpo, síntoma de que mi suave y delicada piel esta cambiando de tonalidad, a mi color típico, el ROJO. Inmediatamente pensé, carajo nos vieron la cara de marranos y nos quieren robar.

En menos de 30 segundos pronuncie no menos de 100 palabras para tranquilizar la niña y decirle que no comiera cuento, que no creyera lo que le estaban diciendo, pues se trataba de una trampa para robarnos.

Tan pronto me garantiza que la puerta de la casa esta cerrada con seguro, y que no contestará más teléfono ni le abrirá la puerta a nadie desconocido, le digo que ya salgo para allá a apersonarme de la situación.

Luego de colgar, me comunico con la policía y estos canalizan mi llamada con el Gaula (Grupos de Acción Unificada por la Libertad Personal), me toman la declaración con pelos y señales y me dan una instrucción sencilla pero escalofriante, ¡ Señor dígale a la empleada que si vuelven a llamar les siga el juego, ud nos avisa, montamos el operativo y los cogemos ¡.

Digo sencilla porque es lo que los ciudadanos de bien debemos hacer cuando nuestros derechos son pisoteados por los malhechores, pero me parece escalofriante porque conozco casos cercanos y lejanos donde el denunciar este tipo de situaciones en lugar de solucionar el problema lo empeoran, pues luego de que cogen a los malandros se disparan las amenazas contra la familia para que se retire la denuncia interpuesta.

Con este panorama no me queda más remedio que reforzar las medidas de seguridad de mi casa, y encomendarme a los santos conocidos para que el conato de robo no progrese y el denunciar no sea mi única salida.

Que situación tan estresante, pensar que un puñado de desadaptados generan tanto temor y zozobra en la mayoría de personas trabajadoras de bien. Desde entonces me he cuestionado si vale la pena ser tan débil como para dejar que alguien que no conozco disponga de lo que tanto me ha costado conseguir, o si por el contrario la integridad de la familia esta por encima de cualquier elemento material extraviado, ya que mientras exista salud y voluntad se pueden conseguir nuevamente.

Cuando por fin llego a la casa, me ponen de punta los pocos pelos que me quedan, al enterarme de lo bien que llegaron a conocernos luego de toda la labor de inteligencia que nos habían realizado, pues:

  • Cuando llamaron inicialmente al teléfono fijo de la casa, una señora se hizo pasar como la jefe de mi esposa.
  • La señora dijo que mi esposa se encontraba detenida por unos problemas de plata, pero que no se preocupara porque yo estaba con ella.
  • La ingenua ayudante de cocina respondió todo lo que le preguntaron, y hasta accedió a darles su número de celular. Fue tan sincera que cuando le dijeron que empacara todo lo de valor de la casa, ella les dijo "Pero que voy a empacar si ellos no tienen nada fino".
  • Cuando la llamaron a su teléfono haciéndose pasar esta vez por la fiscalia, le dijeron que alistara las joyas blancas de la señora que en un momento irían a recogerlas. Efectivamente mi esposa emplea bisutería plateada.

Como, cuando y donde, llegaron a conocer tanto de mi? Esto me lleva a sospechar hasta de mi propia sombra. Le insisti a mi esposa que me dejara hablar con nuestra ayudante, para ver que tanto habia dicho, y para ganarme su confianza que me dejara quedar en su cuarto, no fue necesario pronunciar ninguna palabra, una mirada rayada y unos pelos encrespados fueron suficientes para indicarme que la idea de la requiza corporal e interrogatorio no me coló.

Afortunadamente el día en que todo esto sucedió, una compañera de estudio de mi ingeniera doméstica, se encontraba en la casa entregándole un cuaderno, y fue ella quien le despertó la malicia indígena y le recomendó llamarme, pues de lo contrario hoy estaría contando otra historia.

¿Y usted, que haría?

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