jueves, diciembre 14, 2006

Peco, Rezo y Empato

Espero no pasar por chabacano, pachuco, ni mucho menos puritano.

Un par de días atrás, mi hija me invito a acompañarla a una actividad de su colegio, en la cual bajo la tutela de su profesor de Religión, irían a un sector deprimido de la ciudad, en el cual han venido trabajando hace un tiempo. A regaña dientes acepte, con una tremenda pereza por ser un sábado al final de la tarde en pleno aguacero.

Bueno, para no desanimarla y como un ejemplo de responsabilidad, nos fuimos para el sitio. El lugar queda bastante retirado, al costado de una de las vías de tráfico pesado que pasan por la periferia de la ciudad. Al llegar empiezo a ver calles despavimentadas, llenas de barro y charcos producto del atroz e inclemente invierno, casitas con paredes de esterilla, forradas con cartón y plástico, arrumes de tablas, techo de zinc, bajo las cuales se guarecen numerosas familias. Me viene inmediatamente a la mente, como será el frió que deben soportar en las noches, el calor durante el día, la inseguridad, la falta de privacidad pues un estornudo tiene que retumbar en varios metros a la redonda. En algunos sectores se ven pocas casitas de ladrillo y teja de eternit.

Entramos al salón comunal, un gran espacio techado en el cual las alumnas del colegio, los profesores y los otros padres de familia, con ayuda de los líderes de la comunidad, están dando los retoques finales para el inicio de la actividad de integración. Llega el sacerdote, una persona joven, simpática e iniciamos la celebración de la eucaristía. Rezamos la novena de aguinaldos, con una representación en vivo del nacimiento de Jesus, a cargo de algunos niños del barrio que previamente se habían disfrazado. Me encontraba tan concentrado en la celebración religiosa, que al terminar, mire hacia atrás y quede perplejo al ver la cantidad y variedad de gente que había arribado para acompañarnos.

Luego de la celebración inicia la entrega de regalos para los niños, y la distribución de un plato de nochebuena (harinas y dulces) a los Adultos. Se agita el ambiente, la gente se ríe, se para, se escuchan los estruendos de los cohetones, veo el destello de los volcanes, el olor a pólvora inunda el recinto; me arriesgo a un tímido acercamiento con algunos adultos y niños del barrio, los cuales reflejan en sus rostros una inmensa alegria, pero luego al entrar en confianza me cuentan algunas de sus penurias.

  • Sandra* ,11 años: Yo tengo que ayudarle a mi mama en la casa mientras ella trabaja, yo hago oficio y cocino, ayudo a mi papa quien hace 1 año quedo minusválido por tratar de defenderse de un atraco.
  • Maria*, 76 años: No tengo hijos, ni familia, solo amigos y vecinos. La soledad me produce depresión, y ya he sufrido 2 preinfartos. El doctor me recomendó permanecer siempre ocupada para mantenerme distraída, vendo minutos de celular, hago muñecas, collares, pinto, preparo comidas.
  • Carmen*: Muchas gracias por venir, es la primera vez que celebramos una eucaristía en el barrio, mientras que la gente de otras iglesias realiza cultos 2 o 3 veces por semana.

* Nombres ficticios porque no me acuerdo de los reales.

Esta actividad que al inicio para mí pintaba como algo aburridor, al final resulto todo lo contrario, y me ayudo a reflexionar que de comunidades en estas condiciones, esta llena mi ciudad, mí país, el mundo, y ¿a quien verdaderamente le importan? Porque quienes podemos hacer algo nos acordamos de ellos solamente en épocas especiales?. De que tanto sirve llevar alegria por 3 horas, si quedan 364 días de tristeza?. Para muchos el hacer acto de presencia, aportar una pequeña cantidad de dinero, fingir una sonrisa, purifican el alma y la conciencia.

No quiero ser más un espectador pasivo, desde hace días estoy trabajando en una idea para trabajar con una comunidad, y poder implementar un proyecto auto sostenible, con el cual la gente pueda beneficiarse de una manera continua. Espero muy pronto estar escribiendo al respecto.